domingo, 29 de septiembre de 2013

Lo que no se puede ver.

Había una vez un árbol que vivía en un bosque. El árbol tenía unas fuertes raíces que se adherían al suelo y captaban del mismo su mejor alimento.

Su color era del más puro verde, frondoso y su tronco robusto y fornido. De todos los árboles de la zona, destacaba por sus cualidades y cada persona o animal que se acercaba se detenía para contemplar su belleza. Además, era el árbol preferido para cientos de parejas, que tallaban en su tronco sus fechas señaladas y caducadas en la mayoría de los casos.


Un día, tras una horrible tormenta, el bosque donde se encontraba el árbol quedó desolado por los rayos, quemándose gran parte de la vegetación que allí se encontraba, incluyéndose él. Su aspecto cambió por completo, sus ramas parecían quebradizas, perdió gran parte de sus hojas y las inscripciones que los alguna vez enamorados habían tallado.

La gente que pasaba por ahí, contemplaba el terreno sin hacer distinciones, pues la mayoría del mismo estaba calcinado y el árbol no destacaba entre tanto escombro. Sólo había cambiado su forma, por dentro, seguía vivo, su sabia seguía intacta y posiblemente retallaría en breve, pero... qué importaba, ya no era agradable a la vista y eso era todo lo que importaba.

Aprovechando la desgracia, el grupo político mayoritario decidió arrasar con toda la vegetación que quedase en el terreno, para así poder edificar unas cabañas y un parque. Uno de los trabajadores encargados de eliminar los árboles de la zona, se acercó a nuestro árbol y pensó entristecido:

- "Amigo... cuánto has cambiado. Ya no ofreces esa gran sombra, ni tu tronco milenario muestra sus nombres tallados en él, ya tu color se desgastó y ni los pájaros hacen nidos en tu copa, ya no sirves, ya cambiaste, ya estás muerto"...


Esas fueron sus últimas palabras antes de su propósito... quitar ese árbol que ya no servía de ese lugar... Varios trabajadores se pusieron manos a la obra, utilizaron la maquinaria precisa para quitar lo que para todos se había convertido en un estorbo...pero cuál fue la sorpresa, cuando por más que lo intentaban no conseguían sacarlo de ahí. Creían que el árbol estaba muerto, pero al levantar el suelo, pudieron percatarse de que sus raíces eran las mismas de siempre, incluso se habían fortalecido. El árbol estaba más vivo que nunca y luchaba para volver a ser el que era. Los trabajadores, al ver la extensión de sus raíces, enseguida pararon con su labor y decidieron no tocarlo, pues lejos de su idea principal, dentro de aquel tronco maltratado y esa copa vacía, seguía habiendo vida.


Lo pusieron en conocimiento de quiénes habían encomendado quitar el árbol de ahí. Al ver el esplendor de sus raíces, rápidamente cambiaron de idea. Sí... construyeron las cabañas, y también el parque, pero ese árbol no se movió de su sitio.

Al igual que este árbol, las personas podemos aparentar cosas que no somos, hay quien aparenta estar muerto cuando está lleno de vida y hay gente que parece tener vida y en realidad está muerta por dentro. Lo verdaderamente importante son nuestras raíces, lo que no se puede ver a simple vista y lo que es difícil de cambiar. Y si nuestras raíces son lo suficientemente fuertes, no importan los rayos que nos caigan encima, ni las tormentas que tengamos que soportar, siempre podremos salir adelante.

Y así ocurrió. Pasaron unos años y el lugar era completamente diferente. Ya no aparentaba ser un bosque, ni un terreno desolado. Era una zona de ocio para adultos y niños, con cabañas, columpios, barbacoas, etc... Todo había cambiado en ese lugar menos una cosa. Lo que no se percibe a simple vista, las raíces de aquel árbol.

Autora: Silvia H.G


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